Historias

Abrazar la independencia: un llamado a la solidaridad

3 jul, 02:02 p. m.
Mientras el sol del verano brilla sobre nosotros, nos encontramos celebrando una de las festividades más entrañables de los Estados Unidos: el Día de la Independencia. Es un momento en el que nos reunimos para conmemorar la libertad y las oportunidades que nuestra nación ofrece. Es un día de parrilladas, fuegos artificiales y momentos entrañables junto a familiares y amigos.

Mientras el sol del verano brilla sobre nosotros, nos encontramos celebrando una de las festividades más entrañables de los Estados Unidos: el Día de la Independencia. Es un momento en el que nos reunimos para conmemorar la libertad y las oportunidades que nuestra nación ofrece. Es un día de parrilladas, fuegos artificiales y momentos entrañables junto a familiares y amigos.

Pero mientras celebramos la independencia de Estados Unidos, no debemos olvidar a nuestros hermanos y hermanas en todo el mundo que dependen de nosotros, tanto en la oración como en el apoyo material. En la Comunión de los Santos estamos unidos como una sola familia, conectados por el amor de Cristo. Esta unión trasciende fronteras y alcanza hasta los rincones más remotos de la tierra.

Mientras celebramos nuestra propia libertad, debemos recordar que millones de personas en todo el mundo aún anhelan ser liberadas de la pobreza, la opresión y la persecución. Y aún más: millones esperan experimentar la verdadera libertad que nace del encuentro con la verdad de saberse hijos de un Dios amoroso que tiene un plan para sus vidas, porque aún no han sido alcanzados por la alegría del Evangelio.

En este Día de la Independencia, y durante estos meses de verano, cuando a menudo disponemos de más tiempo para compartir con nuestros seres queridos y reflexionar sobre las gracias que Dios nos ha concedido, hagamos un esfuerzo consciente por extender nuestro corazón y nuestras oraciones más allá de nuestro entorno inmediato.

Al mirar hacia atrás y también hacia adelante, recordemos a quienes sufren y continúan enfrentando desafíos inimaginables. Recordemos también a quienes los acompañan cada día: las mujeres y hombres misioneros, los sacerdotes, los religiosos y religiosas, y a tantos laicos que han dedicado su vida a la fe y al servicio, incluso en medio de las dificultades que implica dejar atrás sus propias realidades.

La oración es una herramienta poderosa que nos une con nuestros hermanos y hermanas necesitados. En nuestros momentos de gratitud por las bendiciones recibidas, ofrezcamos oraciones por quienes aún están atrapados en la pobreza y la injusticia. A través de la oración y al ofrecer nuestras propias dificultades, nos convertimos en faros de esperanza. Juntos, podemos tejer una red de fe, amor y apoyo que trascienda la distancia y brinde consuelo a los afligidos.

Recordemos también el valor del apoyo material que podemos ofrecer. Las Obras Misionales Pontificias trabajan incansablemente para aliviar el sufrimiento y llevar la luz de Cristo a los más necesitados. Nuestra generosidad puede tener un impacto tangible en las vidas de nuestros hermanos y hermanas, proporcionándoles los recursos necesarios para construir un futuro más digno.

Así pues, al celebrar el rojo, blanco y azul, abracemos también este llamado a la solidaridad. Que este Día de la Independencia sea un recordatorio de nuestra responsabilidad hacia quienes aún dependen de nosotros. Que nos mueva no solo el amor por nuestra patria, sino también el amor por todos nuestros hermanos y hermanas en Cristo.

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