Luchando contra el cáncer y el mal de Parkinson, la hermana Claude Gadd avanza con su andador con la misma determinación con la que alguna vez recorrió los terrenos escarpados de Papúa Nueva Guinea. A pesar de que sus dolencias la obligaron a regresar a Estados Unidos después de 36 años de misión, su corazón permanece con el pueblo al que sirvió, tan lejos de casa.
«Volvería mañana mismo si pudiera», confiesa la hermana Claude, con una voz que mezcla ternura, fervor y nostalgia. «Cuanto más tiempo pasa, más difícil se hace regresar, pero una gran parte de mi corazón se quedó allá».
En 1986, la hermana Claude Gadd y otras seis Hermanas del Sagrado Corazón emprendieron un viaje que transformaría profundamente sus vidas y las de las comunidades a las que fueron enviadas. Un grupo internacional de misioneras —tres de Canadá, dos de Texas, una de Francia y otra de Inglaterra— llegaron a Papúa Nueva Guinea por invitación del obispo William Kurtz, de Kundiawa.
«Fuimos a Papúa Nueva Guinea sin tener realmente claro a dónde íbamos», ríe la hermana Claude, recordando la confusión inicial sobre el destino. «¡Incluso hoy, apuesto a que muchos de sus lectores pensarán que está en África!» (Por si acaso: Papúa Nueva Guinea no está en África, sino en Oceanía, al sur del ecuador y al norte de Australia).
Al escucharla describirlo, uno puede imaginar fácilmente ese mosaico de islas indómitas y tradiciones milenarias que forman Papúa Nueva Guinea, donde cada piedra cuenta una historia y cada sendero conduce a una maravilla natural distinta: playas vírgenes, arrecifes de coral, volcanes activos y selvas frondosas.
Desde la perspectiva católica, resulta evidente por qué el papa Francisco visitará este país el próximo septiembre. En palabras de la hermana Claude: «En Papúa Nueva Guinea, cada sonrisa es una oración, cada apretón de manos es un sermón, y cada amanecer es una bendición».
La misión era clara, aunque desafiante: llevar la ternura y el amor misericordioso del Padre, revelados en Jesús, a los rincones más pobres y remotos del mundo. La preparación fue rigurosa. «Nuestra madre superiora nos reunió en Francia durante ocho semanas para conocernos. Identificar quién tenía dotes de liderazgo natural era fundamental», explica la hermana Gadd. Esa preparación las fortaleció para los retos venideros y consolidó su vínculo como equipo, algo crucial para sobrevivir y prosperar en un entorno desconocido.
Asignada al centro pastoral de la diócesis de Kundiawa, la hermana Gadd se adaptó rápidamente a su nuevo entorno. «Estaba a cargo de organizar los cursos, comprar alimentos y coordinar con los sacerdotes para las enseñanzas», recuerda. Sus primeros años fueron un torbellino de actividad, en los que se sumergió profundamente en la vida de la comunidad y en sus necesidades.
A lo largo de su labor misionera, la hermana Claude enfrentó numerosos desafíos, desde cuestiones logísticas hasta barreras culturales. Sin embargo, su impacto fue profundo. Impulsó iniciativas de protección infantil, reforma educativa y desarrollo comunitario, muchas veces en colaboración con líderes locales y organizaciones internacionales como UNICEF. «Desarrollamos programas que antes no existían allí, centrándonos en la protección de la infancia y en mejorar la educación», afirma con orgullo.
La vida en Papúa Nueva Guinea era radicalmente distinta a la vida en Estados Unidos. La hermana Claude la describe como “un mundo diferente”, marcado por su sencillez y por la conexión visceral que su gente tiene con el entorno. «Todo está muy presente para ellos. No tienen pasado ni futuro; viven el hoy», reflexiona.
En 2023, sus problemas de salud la obligaron a regresar a Estados Unidos para recibir tratamiento. La transición ha sido difícil, y no solo por lo físico, sino también por la nostalgia de la vida misionera. «Echo de menos el sentido de propósito que tenía cada día allí», admite con un dejo de tristeza.
A pesar de su ausencia física, el legado de la hermana Gadd en Papúa Nueva Guinea perdura. Muchos de los programas que ayudó a implementar han sido adoptados como políticas nacionales. Mantiene la esperanza en el futuro del trabajo misionero en la región y ofrece un consejo sincero a quienes estén dispuestos a seguir sus pasos: «Vayan con humildad, aprendan de quienes sirven y prepárense para ser transformados tanto como buscan transformar».
La historia de la hermana Claude Gadd es un ejemplo extraordinario de entrega y transformación, no solo de ella misma, sino también de las muchas vidas que tocó. Su obra permanece como testimonio del poder de la fe y la dedicación frente a la adversidad.
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