Historias

La puerta estrecha, pero abierta a todos los pueblos

20 ago, 10:00 p. m.
La enseñanza del evangelio de hoy tiene un intencional tono paradójico, así como lo habíamos visto el domingo anterior, para clarificar algunos aspectos fundamentales de la misión de Jesús.
La enseñanza del evangelio de hoy tiene un intencional tono paradójico, así como lo habíamos visto el domingo anterior, para clarificar algunos aspectos fundamentales de la misión de Jesús. El punto central ahora se encuentra en torno a la pregunta «¿son pocos los que se salvan?», levantada por alguno cuyo nombre no se indica. Este personaje parece representar a todo hombre y mujer con la legítima y laudable inquietud de conseguir la felicidad eterna. Es significativo que esta cuestión se lleve a colación mientras Jesús “se encaminaba hacia Jerusalén”, justamente para afrontar su pasión, muerte y resurrección, con el fin de cumplir el plan de Dios para la salvación del mundo. Una vez más, Jesús aprovechó la ocasión para exponer, a partir de la imagen de la puerta, las verdades sobre la posibilidad de la salvación humana.

1. «La puerta estrecha»: una exhortación sincera 

Antes que nada, sobre la cuestión de la salvación, Jesús no ha querido entrar en las “estadísticas” de los pocos o los muchos que se salvan o se salvarán. Es claro que Dios no pone un límite al respecto, porque Él «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tm 2,4). Se trata, por tanto, de la voluntad de Dios que Jesús mismo cumple y realiza. Sin embargo, Jesús afirma francamente y sin populismos la necesidad del compromiso para acoger la salvación donada por Dios «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha». Se entiende, en este caso, un entrar en el reino de Dios y la puerta estrecha implica las posibles dificultades y obstáculos en el camino, a causa de la novedad del evangelio. Esta exhortación, en realidad, hace eco al anuncio fundamental de Jesús al inicio de sui ministerio público: «está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,15). 

Jesús se muestra, no como un demagogo que ofrece a todos la falsa esperanza de la salvación de forma barata, sino como verdadero maestro de Dios que revela todas las verdades sobre el camino del hombre hacia la salvación. El hombre y la mujer son invitados, más aún, están llamados a hacer la propia elección, en libertad y asumiendo la responsabilidad de las propias acciones. Se necesita un esfuerzo, una determinación, un abandono radical de todas las cosas secundarias y no necesarias, incluso de las riquezas materiales, por el Reino, como escuchamos el domingo pasado. Los discípulos de Jesús, que continúan su misión, no harán otra cosa sino anunciar el don de la salvación para todos, sin esconder la exigencia de un empeño fuerte de parte de quien la quiere acoger.

Al respecto, tenemos que recordar lo que Jesús mismo advertirá: «En verdad os digo que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Lo repito: más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de los cielos» (Mt 19,23-24). Se trata de una aclamación que ha causado gran estupor y perplejidad en los discípulos: «Entonces, ¿quién puede salvarse?»  Y la respuesta de Jesús en aquel momento es importante, también para nuestra reflexión de hoy: «Es imposible para los hombres, pero Dios lo puede todo» (Mt 19,25-26). Recordamos así la prevalencia (o la relevancia) del sostén y de la gracia de Dios para con los hombres y mujeres que se encuentran en dificultad o, incluso, en la imposibilidad de entrar en el Reino. Basta que uno haga un esfuerzo, que se empeñe en entrar, sin asustarse demasiado de la estrechez de la “puerta”. 

2. La puerta que puede también cerrarse: una severa llamada de atención


Siempre de modo franco, Jesús advierte a todos sobre la posibilidad real de ser dejado fuera en la puerta de la salvación, «cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta». El tono se hace bastante severo, y el “amo” del sucinto relato parabólico se muestra “despiadado”, sin ceder a la súplica de los que le dicen: «Señor, ábrenos», «No sé quiénes sois», «No sé de dónde sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad». Esta dramatización (porque efectivamente se trata solo de eso) sirve, no para asustar a los oyentes, sino para resaltar la seriedad de la situación. ¡Es una cuestión de vida o muerte! ¡Mejor esforzarse ahora para entrar por la puerta, si bien es un poco estrecha, antes que se cierre!

¿Quién son estos “ustedes” dejados fuera y por qué acontece esto? Si bien san Lucas no lo especifica (y podía indicar que eran los israelitas que se negaban a acoger el evangelio de Jesús), del texto paralelo del evangelio de Mateo se puede ver que se trata de la “suerte” de todos aquellos que no hacen la voluntad del Padre, al no acoger con fe o no poner en práctica la enseñanza de Jesús, esto incluye también a aquellos (probablemente algunos de los seguidores de Jesús) que habían hecho prodigios en su nombre (cf. Mt 7,21-23). La advertencia es universal, para todos.

3. La mesa en el reino de Dios para todos los pueblos: una afirmación consoladora

Siempre en perspectiva universal, Jesús cierra su discurso sobre la salvación con la imagen de la mesa en el reino a la que «vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur». Se trata de la visión de la salvación universal, anunciada por los profetas de Israel, en particular Isaías (que escuchamos en la primera lectura). Será este el objetivo último de la misión de Dios, de la Jesús y de la de sus discípulos misioneros de todo tiempo. Y será siempre la misión del anuncio de la salvación gratuita de Dios para la humanidad en Cristo, sin esconder la verdad que este don divino requiere un esfuerzo necesario para acogerlo en la conversión y en la fe en Cristo.

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