Hoy hemos escuchado un episodio evangélico muy particular. Otra vez, durante su largo y definitivo viaje hacia Jerusalén, encontramos a Jesús enseñando a tener actitudes sabias. Esto acontecía en una circunstancia peculiar: «en casa de uno de los principales fariseos». Se trata, entonces, de consejos que se dan estando en la mesa, en la que el maestro de Nazaret propone una especie de “etiqueta” divina sobre comportamientos en los banquetes. Esta etiqueta, en último análisis, refleja las dos actitudes de humildad y generosidad/gratuidad que resultan fundamentales e indispensables para entrar en el Reino en el tiempo mesiánico y, en general, para la vida delante de Dios y de los hombres. Es necesaria, entonces, una reflexión atenta y profunda sobre el particular, comenzando desde una mirada más cercana a esa ocasión en la que Jesús enseñaba.
Hay que acentuar, sobre todo, algunos detalles curiosos y al mismo tiempo importantes de la circunstancia de la enseñanza de Jesús. En primer lugar, acontece durante el almuerzo de un sábado, por tanto, en una comida “festiva”, alegre «en casa de uno de los principales fariseos». La calificación del dueño de la casa, hace notar el carácter más solemne del banquete que, con mucha probabilidad, incluía a muchos invitados fariseos y doctores de la Ley (cf. Lc 14,3) (¡ellos podían “escoger” varios puestos a disposición!). No es la única vez que Jesús estaba en casa de los fariseos. Lo que es singular aquí es la solemnidad del caso y el “público” transversal. Así, la enseñanza de Jesús adquiere un valor particular y universal.
Se tiene que subrayar una nota curiosa, probablemente irónica, del evangelista Lucas: Jesús, que inicialmente era “observado” por los invitados («ellos lo estaban espiando»), termina siendo en realidad el que observa, ¡«notando que los convidados escogían los primeros puestos»! Los ojos de Jesús son como aquellos de Dios que, en su sabiduría, escudriña desde lo alto y ve todos los movimientos de los hombres y las intenciones de su corazón (cf., ad es., Sal 139[138],1-3). Así, Jesús, el “divino observador”, enseña las vías sapienciales de Dios justamente con base en las concretas situaciones de la vida humana, a la manera que lo hicieran los sabios de Israel a lo largo de los siglos bajo la acción del Espíritu Santo.
En efecto, la primera enseñanza de Jesús en esta ocasión, en su estilo y contenido, sigue el razonamiento sapiencial de cuño exquisitamente judío por su vivacidad y concreción. Marginalmente, notamos que el consejo de Jesús ha tenido un gran éxito entre sus seguidores, que lo ponen literalmente en práctica por siglos. Todavía hoy, muchos cristianos vienen al banquete eucarístico en la iglesia y se colocan de buena gana atrás, en los últimos puestos y, a veces, se mantienen en pie, ¡dejando las primeras bancas vacías!
Dejando las bromas, lo que Jesús recomienda no representa un simple consejo para la humildad como virtud, sino un comportamiento humilde para evitar sabiamente una eventual vergüenza, al querer asegurarse un posible honor. Refleja concreta y curiosamente la recomendación de la tradición sapiencial del AT en el libro de los Proverbios, 25,6-7: No te des importancia ante el rey, | no te coloques entre los grandes; mejor que te digan: «Sube acá», | que verte humillado ante los nobles. Similarmente, se subraya en el mismo libro: Temer al Señor educa en la sabiduría, | delante de la gloria va la humildad (Pr 15,33). El sabio Sirácide, que escuchamos en la primera lectura, desarrolla la misma tradición sapiencial, insistiendo en la necesidad de hacerse siempre humilde, sobre todo cuando «más grande seas», porque así «alcanzarás el favor del Señor».
Las últimas dos citas ofrecen una clara orientación teológica y teo-céntrica del “hacerse humilde”: será Dios, en último término, a exaltar, a glorificar al humilde. Esta es también la perspectiva del dicho proverbial de Jesús, que concluye su enseñanza al respecto: «Todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido». Encontramos, en efecto, la construcción gramatical del pasivo teológico o divino, que tiene a Dios como el agente sobrentendido: será exaltado por Dios, en conformidad con toda la tradición judeo-cristiana en el AT y NT (cf., por ejemplo, Ez 21,26; y especialmente Lc 1,52: «[Dios] derriba del trono a los poderosos | y enaltece a los humildes»).
Después del consejo a los invitados, Jesús ofrece otro «al que lo había invitado», casi para completar lo dicho. Esta segunda y última enseñanza del bloque se muestra aún más explícitamente “teológica”, tanto en el lenguaje como en el contenido, porque se orienta hacia la recompensa de los tiempos finales, «en la resurrección de los justos», es decir, con y en Dios. La perspectiva de la recompensa final de Dios resulta similar a aquella que se deriva de la recomendación de Jesús sobre el modo de hacer oración, ayuno y limosna para una nueva rectitud/justicia (cf. Mt 6,1-6.16-18). Aquí se recomienda el acto generoso –y sabio– de invitar al banquete a aquellos que no tienen la posibilidad de recambiar la invitación, así Dios te bendecirá y te recompensará. Esto refleja en ciertos aspectos la convicción que el salmista proclama: «Dichoso el que cuida del pobre; | en el día aciago lo pondrá a salvo el Señor» (Sal 41,2).
En las palabras de Jesús, sin embargo, hay una cosa más profunda que la simple recomendación de la generosidad humana. En efecto, los «pobres, lisiados, cojos y ciegos» que deben ser invitados al banquete son en realidad las cuatro categorías privilegiadas de personas que son destinatarias de la Buena Noticia de la salvación divina en el tiempo mesiánico. Ellos, los últimos de la sociedad, serán los invitados al banquete mesiánico final que Dios ofrecerá. Por eso, Jesús dirige su actividad hacia ellos. Su misión y, sucesivamente, la de sus discípulos, está reservada particularmente y en primer lugar para los menos considerados, los marginados, los más necesitados y olvidados. Quien los invita al almuerzo o a la cena, comparte con ellos la visión sapiencial de Cristo, “amigo” de ellos, y participa simbólicamente en la realización de la misión de Dios en Jesucristo. Por eso, la generosidad para con los «pobres, lisiados, cojos y ciegos» será también “mesiánica”, porque refleja aquella de Cristo, el mesías de Dios. Y, para tener tal generosidad, se necesita la humildad y la sabiduría que viene de lo alto.
Oremos para que Dios nos done también hoy la sabiduría que viene de lo alto, que es Jesucristo, su Hijo, para que sepamos atesorar la enseñanza evangélica de hoy. Que podamos ser humildes en toda situación de la vida y generosos como Él frente a los muchos que todavía son «pobres, lisiados, cojos y ciegos» en nuestro tiempo, para continuar su misión, invitando a todos a participar del banquete del Reino de Dios. Amén.
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