Historias

La exaltación del Amor en misión

13 sept, 05:00 a. m.
Este domingo celebramos la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, un poderoso recordatorio de que la Cruz no es solo un símbolo de sufrimiento, sino también de amor redentor. Desde la serpiente de bronce en el desierto hasta Cristo crucificado, las lecturas revelan el plan salvífico de Dios y la llamada a abrazar nuestras cruces con amor. La Cruz es la verdadera gloria de Cristo, una exaltación del amor que redime, sana y nos envía en misión.

 

Por P. Anh Nue

La Fiesta de la Exaltación de la Cruz, que este año coincide con domingo, el XXIV domingo del Tiempo Ordinario, tiene prioridad sobre este. Es una fiesta litúrgica importante, asociada al hallazgo de la Cruz de Jesús y a la construcción y dedicación de las basílicas constantinianas sobre el Gólgota y en donde se encuentra el Santo Sepulcro en Jerusalén. En el corazón de la fe cristiana, esa Cruz ya no es solo madera y clavos, sino que ha adquirido un valor simbólico como signo de gloria, de salvación, de amor llevado al extremo. Hoy no celebramos el dolor, sino el amor que se ha convertido en misión, que ha tomado sobre sí el mal del mundo y lo ha vencido no con la fuerza, sino con la misericordia. Esto se desprende claramente de las lecturas previstas para esta santa misa festiva.

1. El profundo significado de la elevación de la serpiente de bronce

En la primera lectura, tomada del Libro de los Números, se presenta un episodio curioso y misterioso: el pueblo de Israel, cansado e impaciente en el desierto, murmura contra Dios y contra Moisés. El pueblo, por tanto, se aleja espiritual y físicamente del camino recto indicado por Dios, y Él deja que el pueblo, al seguir su propio camino, se encuentre con las serpientes venenosas, es decir, con las consecuencias de su propio rechazo a Dios. Sin embargo, cuando el pueblo se arrepiente e invoca ayuda, Dios ordena a Moisés que construya una serpiente de bronce y la levante sobre un asta. Cualquiera que la mirara, aunque hubiera sido mordido, se curaría. ¿Qué significa todo esto?

No se trata de magia ni de superstición. La serpiente de bronce se convierte en un signo de fe y de curación: no es el metal el que cura, sino la gracia de Dios, que acoge con benevolencia el acto de confianza de quienes alzan la vista hacia el signo que Él ha dado. Dios no elimina la serpiente del desierto, pero ofrece al pueblo la manera de no morir por su mordedura.

También en nuestra vida, las «serpientes» del pecado, del sufrimiento, del egoísmo, de la desesperación no desaparecen por arte de magia. Dios, sin embargo, nos da una señal, una referencia, un camino: levantar la vista hacia la salvación que Él mismo nos ofrece. La elevación de la serpiente, tal y como se relata en el Evangelio, prefigura la elevación de Jesús en la cruz, que a su vez representa también la exaltación de Jesús en la gloria hacia el cielo a la derecha del Padre.

El primer mensaje de hoy subraya, por tanto, que durante la prueba, en nuestro esfuerzo diario, no se nos pide que finjamos que todo va bien, pero tampoco que miremos siempre hacia abajo, hacia nuestras heridas, sino que levantemos siempre la mirada, con oración confiada y perseverante, hacia Jesús crucificado, la Señal divina que Dios nos ha dado. La invitación es a creer que Dios nos ha dado una esperanza incluso donde hay dolor.

2. La elevación del Hijo

En el Evangelio de Juan, Jesús mismo se refiere a este episodio de la serpiente de bronce, interpretándolo de manera profunda: «Como Moisés elevó la serpiente en el desierto, así debe ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna».

En primer lugar, la comparación bíblica no se refiere tanto a la serpiente y al Hijo, sino más bien a las acciones similares de elevación sobre la asta y sobre el madero de la cruz.

En segundo lugar, la expresión clave «es necesario» expresa el cumplimiento del plan de Dios (exactamente como cuando Jesús enseñó a los dos discípulos de Emaús: era necesario que el Hijo del hombre pasara por todo esto para entrar en la gloria) . La Cruz, por lo tanto, no es un accidente en el camino, no representa una derrota que hay que olvidar, sino que es la elevación del Hijo, es su misión llevada a cabo hasta el final: Jesús vino para amar y salvar, y lo hace no eludiendo el sufrimiento, sino atravesándolo.

A menudo pensamos que amar significa evitar el dolor. Jesús nos muestra que amar de verdad significa también aceptar el dolor por el bien del otro. No hay amor verdadero sin entrega. Y no hay misión verdadera sin cruz, pero una cruz que salva, no destruye; que libera, no condena.

En la cruz, Jesús es elevado no para ser glorificado ante el mundo, sino para atraer a sí a todos los hombres: es la elevación de un amor que se hace visible, total, incondicional. Este es el momento de la manifestación de la «gloria» divina al mundo, esa gloria que es en realidad la esencia misma de Dios, misericordioso y fiel en el amor.

3. Todo por y en el Amor

San Pablo, en la Carta a los Filipenses, nos ofrece una de las páginas más conmovedoras del Nuevo Testamento: «Cristo Jesús... se despojó de sí mismo... se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz». Y luego añade: «Por eso Dios lo exaltó y le dio el nombre que está por encima de todo nombre».

La verdadera exaltación, la exaltación que hoy celebramos, no es la del poder, la fuerza, el éxito humano, sino la exaltación del Amor que se rebaja, que se entrega, que sirve. Es el amor que no se ahorra, que se deja crucificar por amor a los demás. Jesús no subió a la Cruz para demostrarnos lo bueno que es sufriendo, sino que se inmoló en la Cruz como sacrificio propiciatorio para nuestra reconciliación con Dios. De este modo nos muestra, por un lado, la gravedad de nuestros pecados y, por otro, la inmensidad del amor de Dios por nosotros, los pecadores.

Y aquí está precisamente el corazón del Evangelio: «Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo unigénito...». Y, al igual que Dios Padre, también el Hijo amó tanto al mundo que cumplió con amor y obediencia filial el proyecto divino para la vida de la humanidad. No hay amor más grande. No hay misión más elevada. El Amor se hizo misión: dejó el cielo, tomó nuestra carne, subió a la cruz y resucitó... todo por amor.

En conclusión, la consigna es esta: vivir el amor en misión. La Cruz nos enseña que solo se vive de verdad cuando se ama. Y solo se ama de verdad cuando se está dispuesto a entregarse.

Hoy, la Exaltación de la Cruz nos invita a no avergonzarnos de nuestra fe, sino a vivirla con valentía. Nos llama a no huir de nuestras cruces cotidianas, sino a vivirlas como una oportunidad de amor y ofrenda. Nos llama, sobre todo, a ser misioneros del Amor, allí donde estamos: en la familia, en el trabajo, entre los amigos, en la comunidad. Al levantar los ojos hacia la Cruz, aprendemos a mirar el mundo como lo mira Dios: con misericordia, con ternura, con esperanza.

Oremos: Señor Jesús, nos has mostrado que el Amor verdadero no teme a la Cruz. Ayúdanos a vivir también nosotros el amor en misión: que nuestras fatigas no sean motivo de queja, sino ocasión de ofrenda. Que nuestras cruces no nos aplasten, sino que nos abran a la compasión. Y que cada uno de nuestros gestos sea hecho por amor, con amor, en el Amor. Amén.

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