Historias

Tres lecciones para aumentar la fe

5 oct, 05:00 a. m.
Al comenzar el mes misionero de octubre, el Evangelio de hoy nos recuerda que la fe es tanto un don divino como una tarea diaria. Las enseñanzas aparentemente dispersas de Jesús ofrecen una profunda sabiduría para todo creyente que pide: «Señor, aumenta nuestra fe». Desde la humilde conciencia de uno mismo hasta el valiente testimonio, descubre tres lecciones clave para vivir una vida fiel y misionera.

 

Por P. Anh Nhue

Hoy, las palabras de Jesús pueden parecer una serie de enseñanzas sobre temas no relacionados. Sin embargo, si reflexionamos con más atención y leemos el Evangelio junto con las lecturas bíblicas que lo preceden, estas palabras del Señor se revelan como orientaciones valiosas para la vida de fe de cada uno de sus discípulos. De hecho, se pueden extraer al menos tres sugerencias prácticas fundamentales como respuesta a la legítima petición de los apóstoles, cuya voz expresa el profundo deseo de cualquier creyente consciente de su propia debilidad e incapacidad: «[Señor,] auméntanos la fe». Este tema de la fe resulta especialmente significativo al comenzar este octubre misionero, durante el cual rezamos y recordamos de manera especial la vocación de cada bautizado a compartir la fe cristiana con los demás.

1. Primera lección: Reconocer el estado imperfecto de la propia fe

La petición de los apóstoles es comprensible y loable. Muestra, por un lado, la conciencia de una fe aún débil, y por otro, la humildad y buena voluntad de quienes suplican al Señor por ayuda. Reconocer el estado imperfecto de la propia fe y orar a Dios para que crezca es ya el comienzo de ese crecimiento. Al respecto, recordemos lo que enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: «La fe es un acto humano, consciente y libre, que es también y sobre todo un don sobrenatural de Dios. Para creer, el hombre necesita la ayuda interior del Espíritu Santo» (nros. 179-180). Por tanto, con más razón aún, será necesaria la ayuda divina para el crecimiento de la fe.

Sin embargo, la respuesta de Jesús parece extraña o al menos insatisfactoria. No responde con un “sí” o un “no”; simplemente ilustra lo que una fe del tamaño de un grano de mostaza puede lograr. Este mensaje indirecto subraya que la fe verdadera obra milagros: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a ese árbol: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería».

Este ejemplo no debe interpretarse literalmente, sino como un ideal inalcanzable que pone al creyente en crisis —una crisis “saludable”— para que reconozca su fe débil y siempre pida humildemente que crezca. En este sentido, la oración del padre del niño epiléptico es un modelo perfecto: «¡Creo, Señor, pero ayuda mi incredulidad!» (Mc 9,24).

2. Segunda lección: Fidelidad humilde en el cumplimiento de los deberes

Tras esta enseñanza breve sobre la fe, Jesús cuenta una parábola que parece cambiar de tema. Habla de la actitud humilde que debe tener todo discípulo después de haber cumplido con su deber: «Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que teníamos que hacer» (Lc 17,10). Aquí se vislumbra otra sugerencia para el crecimiento en la fe, que en su sentido bíblico también implica fidelidad.

Cumplir con fidelidad y humildad las tareas que Dios nos encomienda ayuda a perseverar en la fe y afrontar las crisis de la vida cristiana. En otra ocasión, Jesús prometió una recompensa para los siervos fieles: «Dichosos los siervos a quienes el señor, al llegar, los encuentre vigilantes… se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los servirá» (Lc 12,37).

3. Tercera lección: Testimoniar y compartir la fe — la misión de la fe

La segunda lectura completa las lecciones sobre la fe. San Pablo exhorta a Timoteo a no avergonzarse del testimonio del Señor y a ser valiente por el Espíritu recibido: «Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de caridad y de templanza» (2Tm 1,7). Este testimonio es un compartir alegre la fe, lo cual también fortalece la propia fe.

San Juan Pablo II lo expresó así al comienzo de Redemptoris Missio: «La fe se fortalece dándola» (n. 2). El Catecismo también lo afirma: «La fe es un acto personal… pero no es un acto aislado. Nadie puede creer solo… El creyente ha recibido la fe de otros y debe transmitirla. Nuestro amor a Jesús y al prójimo nos impulsa a hablar de nuestra fe» (n. 166).

Concluimos esta reflexión con una oración de San Francisco de Asís, cuyo día celebramos el 4 de octubre. Recemos juntos por el don de una fe viva y verdadera:

Altísimo, glorioso Dios,
ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta.
Dame, Señor, sentido y conocimiento
para cumplir tu santo y veraz mandato.

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