La misión del Padre Tri en Kon Tum lo ha llevado a tener una devoción especial por Nuestra Señora de Măng Đen, una misteriosa estatua sin nariz y con las manos rotas — descubierta por accidente después de la Guerra de Vietnam.
La imagen, una réplica de Nuestra Señora de Fátima, fue llevada a la zona durante la guerra, en 1971. La pequeña estatua resultó dañada a causa de los bombardeos y finalmente fue olvidada, cuando la región quedó desolada al marcharse los habitantes de las aldeas. La imagen permaneció allí, perdida en la selva, hasta 2006. El gobierno había comenzado a abrir caminos en las tierras altas, pero la Virgen tenía otros planes. Al acercarse a un kilómetro del lugar donde estaba la estatua perdida, la maquinaria de excavación se averiaba continuamente sin explicación.
«Durante la construcción de la carretera, las máquinas se rompían una y otra vez cerca de un sitio escondido en el bosque. Finalmente, los trabajadores encontraron una estatua enterrada entre las malezas — con el rostro deformado y sin manos. Trataron de restaurarla, pero las reparaciones nunca se sostenían».
La gente comenzó a ver un significado más profundo. La Virgen, como en tantas apariciones, busca asemejarse a aquellos que más la necesitan.
«Ella era como las personas en las colonias de leprosos: desfigurada, rechazada, pero llena de gracia. Por eso la llaman la Madre de los Leprosos. Ellos saben que ella los comprende».
La lepra —también conocida como enfermedad de Hansen— puede sonar como una condición de tiempos bíblicos, pero sigue siendo una dolorosa realidad para miles de personas hoy, particularmente en algunas de las comunidades más pobres y aisladas del mundo.
En los Evangelios, Jesús encuentra y sana a personas con lepra —un término que entonces se usaba ampliamente para designar enfermedades visibles de la piel que provocaban exclusión social y religiosa. En el antiguo Israel, los leprosos eran marginados, declarados ritualmente impuros y obligados a vivir apartados de la sociedad.
La lepra actual, la enfermedad de Hansen, es una enfermedad infecciosa crónica causada por una bacteria de crecimiento lento, Mycobacterium leprae. Afecta principalmente la piel, los nervios y los ojos, y si no se trata, puede causar deformidades, daños neurológicos y discapacidad. Muchas personas pierden extremidades tras convivir con esta dolorosa enfermedad durante años.
Pero hay buenas noticias: la lepra ahora es curable con una terapia regular de múltiples medicamentos durante 6 a 12 meses. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ofrece el tratamiento de manera gratuita; sin embargo, muchas personas que viven en comunidades remotas o marginadas siguen sin ser diagnosticadas, sin tratamiento, o viven en la vergüenza y temor.
Vietnam es uno de los más de 120 países que aún reportan nuevos casos de lepra cada año. Aunque la lepra es poco frecuente en Estados Unidos —con alrededor de 225 nuevos casos reportados anualmente de los 200.000 a nivel mundial— sigue siendo endémica en muchas partes del mundo, especialmente en el sur de Asia y en África central.
En muchos de estos lugares, los afectados viven en colonias o aldeas lejos de la atención médica, con frecuencia rechazados por la sociedad y apartados de los sacramentos.
Desde los tiempos de Cristo hasta hoy, la Iglesia Católica ha estado a la vanguardia en el servicio a las personas con lepra —no solo brindando atención médica, sino también devolviendo la dignidad mediante la presencia, el acompañamiento y la vida sacramental.
Uno de los misioneros más famosos entre los enfermos de lepra fue San Damián de Molokai, un sacerdote belga de la Congregación del Sagrado Corazón de Jesús. En el siglo XIX, se ofreció voluntariamente a servir en la isla hawaiana de Molokai, donde los enfermos de lepra eran exiliados por la fuerza. Vivió entre ellos, construyó capillas y casas, tocó a los intocables y, finalmente, contrajo la enfermedad él mismo. Murió en 1889 y fue canonizado en 2009.
Otros siguieron sus pasos, como Santa Marianne Cope, una hermana franciscana que también sirvió en Hawái, y los misioneros de hoy —desde las tierras altas de Vietnam hasta la India rural y el África oriental— que continúan realizando esta obra de misericordia con compasión, creatividad y amor eucarístico.
Las Obras Misionales Pontificias apoyan muchos de estos esfuerzos en diócesis misioneras donde la lepra aún está presente. Hoy, misioneros como el Padre Tri Pham y religiosas de todo Vietnam continúan con este legado —no solo brindando asistencia médica, sino recordándoles a los enfermos que no están olvidados.
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